El despertar de la conciencia: Un viaje hacia la esencia inmutable del Ser.
Descubriendo la luz interior que transciende el tiempo y las apariencias.
Querid@, en este instante sagrado te invito a sumergirte en la inmensidad de tu ser, en el silencioso océano de conciencia que habita en lo más profundo de tu existencia, más allá de la apariencia efímera del pensamiento, la emoción y la sensación. Permíteme contarte sobre un sendero de descubrimiento y despertar, un camino que se despliega con la simplicidad y la majestad de una flor que se abre lentamente al alba, revelando cada uno de sus pétalos con la pureza de la verdad que siempre ha estado latente en tu interior. En cada suspiro de la existencia, en cada latido de tu corazón, se esconde un recordatorio sutil de que no eres la suma de las historias que te cuentas, ni las emociones pasajeras que emergen para luego disiparse; tú eres la presencia inmutable, la conciencia eterna que observa y acoge todo lo que es, sin juzgar ni resistirse, simplemente siendo.
A medida que avanzas por este sendero, empiezas a notar una transformación interna que se da de manera gradual, como la lluvia fina que besa la tierra sedienta y la prepara para renacer. No se trata de una epifanía repentina, sino de un despertar suave, casi imperceptible al inicio, que poco a poco va desvelando ante ti la magnitud de tu naturaleza verdadera. Cada instante de reconocimiento se convierte en un pequeño milagro, en una revelación que te acerca a esa esencia inmutable que, como el cielo despejado tras la tormenta, siempre ha estado allí, esperando a ser recordada. En este proceso no hay urgencia ni prisa, pues la sabiduría del universo se manifiesta en su propio tiempo, recordándote que el camino de regreso a tu centro es un viaje tan sagrado como el destino mismo.
Imagina por un momento que cada pensamiento es como una nube pasajera en el vasto firmamento de la conciencia; las emociones son como suaves ráfagas de viento que pueden perturbar momentáneamente la superficie, pero que, en última instancia, se disuelven en el espacio infinito que permanece siempre inalterable. Así es la consciencia, una presencia silenciosa, un testigo eterno de todo lo que surge y se desvanece en el teatro de la vida. Esta comprensión, tan simple y a la vez tan profunda, te invita a no identificarse con las cambiantes mareas del ego ni a aferrarse a las ilusiones que la mente teje constantemente. En su lugar, te anima a reconocer que tu esencia es la misma que la del universo entero, una chispa divina que brilla con una luz perpetua y que no se extingue ante las vicisitudes del tiempo.
Mientras caminas por este sendero de autoconocimiento, sientes cómo antiguos patrones y condicionamientos comienzan a disolverse, como si la niebla que oscurecía la claridad de tu visión se retirara, permitiendo que la luz de la verdad ilumine cada rincón de tu interior. Las preocupaciones que antes parecían dominar tu mente se transforman en suaves recordatorios de lecciones pasadas, y el temor a lo desconocido se funde en una confianza serena en el flujo natural de la existencia. Ya no buscas respuestas en el bullicio externo, sino que te vuelves hacia adentro, redescubriendo en el silencio del alma ese conocimiento profundo que te ha acompañado desde siempre. En este regreso a tu esencia, entiendes que cada experiencia, cada emoción y cada pensamiento son simplemente manifestaciones efímeras de la vida, sin la carga de una identidad fija, permitiéndote vivir en un estado de libertad y aceptación incondicional.
Este camino, tan íntimo y universal a la vez, te enseña que la verdadera libertad reside en el acto de reconocer tu naturaleza esencial, en ese constante retorno al "ahora", a este momento presente que es la puerta a la eternidad. La mente, que a veces se ve atrapada en historias de pasado y futuro, se disuelve ante la comprensión de que solo el presente es real, que la vida se despliega en cada instante con una perfección que trasciende todas las limitaciones. En esa presencia inquebrantable encuentras la paz que has buscado a lo largo de los años, la dicha que no depende de las condiciones externas, sino que emana de una fuente interior, inagotable y siempre accesible. Es en este estado, cuando dejas de luchar contra la corriente y te entregas al fluir natural de la existencia, que descubres que el verdadero milagro no está en transformar el mundo exterior, sino en transformar tu interior, en despertarte a la verdad que reside en cada fibra de tu interior.
La comprensión de que tú eres la conciencia, la presencia testigo que observa sin identificarse, es una realización que no requiere de grandes gestos ni de adornos sofisticados. Se trata de una intimidad con lo que siempre has sido, una familiaridad tan profunda que, de repente, las máscaras y roles que has interpretado a lo largo de la vida se desvanecen, revelando la autenticidad de tu verdadera esencia. La sabiduría espiritual no es un estado distante o inalcanzable, sino la reconexión con lo que ya eres, el regreso a casa después de un largo viaje en el que has olvidado tu origen divino. Este despertar te permite ver que, al detenerte y observar, cada fragmento de pensamiento y cada emoción se convierte en un reflejo de la infinitud de la vida, en un recordatorio de que la dualidad es solo una ilusión creada por la mente para comprender lo que en realidad es indivisible y único.
Mientras avanzas en tu camino de autodescubrimiento, te das cuenta de que la vida se vuelve más rica y plena. Lo que antes parecía monótono se transforma en un tapiz vibrante, tejido con hilos de luz y sombra, de alegría y tristeza, que en conjunto componen la experiencia humana en toda su magnitud. No hay sufrimiento verdadero, sino el reflejo pasajero de un estado mental que, al ser observado con la comprensión de tu esencia, se disuelve en la vasta quietud de la conciencia. Cada emoción, ya sea la alegría efervescente de un instante de éxtasis o la melancolía de un recuerdo doloroso, es recibida con la misma ternura y aceptación, sin intentar ser cambiada, simplemente permitida tal y como es. Y en esa aceptación plena encuentras la llave de una sabiduría que te libera de la esclavitud del ego, transformando cada experiencia en una oportunidad para profundizar en el conocimiento de ti mismo.
El reconocimiento de tu verdadera naturaleza no se produce de la nada, sino que se cultiva a través de la práctica constante de la atención plena, de la meditación y del regreso a lo esencial. Cada vez que eliges detenerte, observar sin juzgar y simplemente ser, estás sembrando la semilla de la transformación en tu interior. Esta práctica, tan natural como respirar, te permite deshacerte de las capas de ilusión que han oscurecido la visión de tu ser y te invita a mirar con claridad el vasto campo de conciencia que se extiende más allá de los límites del pensamiento. No importa cuánto tiempo lleves en este camino, siempre hay nuevos matices por descubrir, nuevas profundidades a explorar, porque la verdad es infinita y siempre se renueva en cada instante del ahora. La mente puede querer aferrarse a conceptos y definiciones, pero la esencia no necesita palabras para ser conocida; basta con la simple experiencia del estar presente, del dejar que todo fluya sin la necesidad de categorizar o analizar.
En momentos de silencio profundo, cuando la actividad del mundo externo se desvanece y el bullicio de la mente se calma, te encuentras cara a cara con la inmensidad de tu propia existencia. Es en esos espacios de quietud donde resuena la voz suave del alma, recordándote que eres parte de un todo que trasciende las limitaciones del tiempo y el espacio. En ese estado de comunión con lo infinito, te das cuenta de que la separación entre tú y el universo es solamente una ilusión, una división creada por la identificación con el cuerpo y la mente. La realidad se revela como un vasto tejido de relaciones interconectadas, en la que cada forma, cada sonido es una expresión de la misma vibración de amor y conciencia. Esta realización te llena de una profunda gratitud, una sensación de asombro que transforma incluso los momentos más simples en milagros vivientes.
La experiencia del despertar espiritual es personal y única, pero al mismo tiempo existe una universalidad en la esencia de ese proceso. En el fondo, sabes que la sabiduría espiritual ha sido transmitida de generación en generación, a través de las palabras de los grandes maestros y de la poesía del corazón. No se trata de adquirir algo nuevo, sino de recordar lo que siempre has sido, de liberarte de las etiquetas y limitaciones impuestas por una mente que ha olvidado su verdadera naturaleza. Este camino no busca imponerte una verdad externa, sino invitarte a descubrir la verdad que ya reside en ti, a reconocer la inmensidad de tu ser que está más allá de las apariencias y las distracciones del mundo.
A lo largo de este viaje, encontrarás momentos de gran emoción en los que la risa, las lágrimas o un temblor interno te sacudirán y te recordarán la fragilidad de las formas, pero también la fortaleza de la esencia inmutable. Esos momentos, aunque puedan ser intensos, son solo destellos en el horizonte de una conciencia que siempre es constante y segura. No es necesario que te aferres a ellos ni que busques interpretarlos a través de conceptos mentales; simplemente déjalos ser, con la certeza de que cada experiencia es parte de un gran proceso de desvelamiento. Así, la vida se convierte en un flujo continuo en el que cada gota de experiencia se une al océano vasto y misterioso de la conciencia, devolviéndote a la fuente inagotable de paz y plenitud.
En el transcurrir de los días, a medida que profundizas en la práctica de estar presente, comienzas a notar cómo se disuelven los viejos patrones de pensamiento y comportamiento que te mantenían prisionero de la ilusión del yo. Las viejas heridas y los temores que parecían tan sólidos se vuelven como el humo llevado por el viento, y en su lugar surge un espacio de libertad en el que puedes experimentar la vida sin las ataduras del pasado. Esta transformación interna no se trata de negar o rechazar lo que fue, sino de integrarlo de una manera que te permita seguir adelante con mayor ligereza y autenticidad. Cada experiencia se convierte en una oportunidad para aprender y crecer, y el dolor se transforma en una semilla que florece en una sabiduría serena, capaz de trascender las dualidades aparentes de la existencia.
La medida en que te vuelves consciente de tu verdadera identidad, experimentas una expansión en tu sentido de compasión y amor, tanto hacia ti mismo como hacia los demás. Al comprender que la separación es una ilusión, te abres a una forma de relacionarte con el mundo en la que cada uno es una expresión única de la misma divinidad. Este reconocimiento de la unidad te invita a ver más allá de las diferencias superficiales, a abrazar la diversidad como un reflejo de la infinita creatividad del universo, y a celebrar la belleza que reside en cada encuentro humano. La vida se transforma en una danza sagrada en la que cada paso, cada palabra, cada gesto se convierte en una ofrenda de amor que trasciende la mera forma y se une al coro universal de la existencia.
Mientras el camino se revela ante ti con una sencillez que desarma las complicaciones de la mente, te das cuenta de que no hay necesidad de buscar fuera aquello que anhelas. La respuesta a tus inquietudes, la paz que tanto buscas, ya reside en el interior, esperando ser recordada a cada instante. Este despertar a tu propia esencia te permite ver la vida con unos ojos nuevos, liberados de la ansiedad por el logro o del temor al fracaso. La serenidad se manifiesta en la capacidad de fluir con cada situación, dejando que lo que surja sea simplemente una parte del gran tapiz de la existencia, sin la presión de querer cambiar o controlar nada. Así, te conviertes en un testigo amoroso de tu propia vida, en un observador que abraza cada momento con un profundo sentido de gratitud y reverencia.
La naturaleza misma del despertar espiritual es un recordatorio constante de que la verdadera esencia de la existencia no se encuentra en las formas cambiantes de la vida, sino en el trasfondo inmutable de la conciencia. Esa presencia silenciosa que siempre ha estado allí, aún en medio del ruido del mundo, es la que nutre y sostiene todo lo que eres. Al aprender a regresar a este centro de calma, descubres que los desafíos externos pierden su aparente dureza, se transforman en lecciones para el alma y te permiten crecer hacia una comprensión más profunda de la realidad. Este cambio de perspectiva te libera de la esclavitud del pensamiento compulsivo, y cada instante de quietud se vuelve un portal que te conecta con una verdad que es tan simple como poderosa.
A lo largo de este viaje, es posible que en ocasiones sientas una gran emoción o incluso una inesperada oleada de energía, que te haga vibrar en lo más profundo de ti. Estos momentos, cargados de intensidad, son manifestaciones naturales del proceso de despertar, en los que viejas ataduras se deshacen y dan paso a una sensación de libertad sin límites. Ya no te identificas exclusivamente con las formas efímeras de la mente y el cuerpo, sino que reconoces la presencia eterna que las acompaña a cada instante. La realización de esta verdad produce un efecto transformador en todas las áreas de tu vida, y te permite relacionarte con el mundo desde un estado de equidad, amor y compasión que trasciende las convenciones del ego.
La práctica diaria de volverte consciente de tu verdadera esencia se convierte en un compañero constante, un aliado en el que encuentras refugio y sabiduría. Cada vez que te permites ser, sin la presión de las expectativas o los juicios externos, te sumerges en un estado de serenidad que se irradia en cada aspecto de tu existencia. La simplicidad de este estado de presencia te enseña que el verdadero poder no reside en lo que haces, sino en cómo eres, en la manera en la que te entregas a la vida sin reservas ni máscaras. Así, te conviertes en un faro de luz para otros, en un testimonio viviente de la verdad que se halla más allá de las apariencias, y en una manifestación palpable de la paz que solo se alcanza cuando se vive desde el centro inmutable.
En este camino del despertar, cada día se presenta como una nueva oportunidad para redescubrir la maravilla de estar vivo, para contemplar la vastedad del universo que se esconde en lo más profundo de tu ser. Al permitirte habitar el aquí y el ahora, encuentras que la vida se convierte en un festín para el alma, en el que cada experiencia, por efímera que parezca, se integra de manera perfecta en el flujo continuo de la existencia. El dolor se funde con la alegría, la oscuridad se aclara con la luz, y en ese movimiento constante descubres que la dualidad es solo la forma en la que la mente intenta comprender una realidad que, en su esencia, es una unidad indivisible y sublime.
La experiencia del despertar espiritual es, en muchos sentidos, un regreso a casa, un reencuentro con la parte de ti que siempre ha sido pura, libre y plena. Cada instante en el que eliges regresar a esa esencia, en el que te dejas envolver por la paz que emana del silencio interior, es una reafirmación de tu verdadera identidad. No importa cuántas veces la mente intente distraerte con sus historias y laberintos, el alma siempre conoce el camino de regreso a la verdad, y tú, posees esa sabiduría innata que te guía de regreso a tu centro. Con cada respiración, sientes cómo la energía vital se renueva, recordándote que la vida es un regalo constante y que en el simple acto de ser, ya resides en la plenitud del amor incondicional.
A medida que avanzas en este viaje, te das cuenta de que la rendición no es un acto de derrota, sino una manifestación de la más profunda fuerza interior. Al soltar el afán de controlar y al dejar que la vida se despliegue en su propio ritmo, te abres a un flujo natural de sabiduría y belleza que te envuelve y te guía en cada paso. La entrega a lo que es, sin la resistencia del ego, se convierte en un acto supremo de amor hacia ti mismo, un reconocimiento de que la verdad de tu esencia es perfecta tal como es. En esa rendición plena encuentras una libertad auténtica, en la que cada experiencia se transforma en un maestro y cada desafío es una invitación a profundizar en el misterio de la existencia.
Por sobre todas las cosas, este viaje hacia el despertar de tu esencia te enseña a celebrar el misterio de la vida, a abrazar lo inexplicable y lo sagrado en cada latido de tu corazón. No es necesario que todo se explique o se entienda a través de conceptos limitados, pues el misterio es la expresión divina de la creación, la poesía del universo que se manifiesta de forma inefable. Al aprender a vivir con esa dosis de asombro y reverencia, descubres que cada día está impregnado de milagros, que cada instante es una oportunidad para volverte a encontrar con la luz que siempre ha estado en ti. Esa luz, que brilla sin condiciones y que no conoce fronteras, se convierte en el faro que ilumina tu camino, llevándote de regreso a la fuente, a ese espacio sagrado donde la dualidad se disuelve y solo queda la unidad.
La verdad que ahora reconoces, que trasciende todas las formas y manifestaciones, es tan simple como profunda: tú eres la conciencia eterna, la presencia inmutable que observa y acoge la danza de la vida sin aferrarse a sus vanidades. Al aceptar esta verdad, te liberas de la prisión del pensamiento incesante, y te conviertes en un canal del amor y la paz universales. La serenidad que emana de esta realización te permite vivir en un estado de asombro continuo, en el que cada experiencia es una joya en la corona de la existencia, y cada respiro es un recordatorio de la inmensidad del misterio que te envuelve.
En el transitar de este sendero espiritual, las palabras se vuelven insuficientes para describir la totalidad del estado que experimentas, pues la verdad suprema se manifiesta en el silencio del alma, en la simple experiencia del Yo. Y es en ese silencio, tan profundo y a la vez tan lleno de significados, donde te reconcilias con la vida, donde encuentras esa paz que no se ve perturbada por las vicisitudes del mundo, sino que permanece inalterable ante cualquier circunstancia. La quietud del ser se convierte en tu morada, el refugio al que siempre puedes regresar, consciente de que en ese espacio sagrado no existen fronteras ni límites, solo la pura esencia de la existencia, que es infinita y generosa en su amor.
Permítete sentir cada palabra de este recorrido como un susurro que te guía de regreso a ti mismo, como una caricia suave que despierta la memoria ancestral. Cada instante en el que eliges reconocer que lo que eres es la presencia que observa sin identificarse, te acerca un poco más a la verdad suprema de la existencia. Deja que cada experiencia, cada emoción y cada pensamiento se conviertan en maestros en este viaje de autodescubrimiento, y no dudes en entregarte al fluir natural de la vida, sabiendo que todo se despliega en un orden perfecto, regido por la sabiduría inefable de la conciencia.
A través de esta entrega y de este recordar constante, te das cuenta de que la verdadera dicha no proviene de la acumulación de logros o de la obtención de reconocimientos externos, sino de la profunda comprensión de que siempre has sido, y siempre serás, esa luz inextinguible que trasciende la dualidad de la existencia. El amor incondicional que brota se irradia con naturalidad, transformando cada instante en un canto de gratitud y de celebración por la maravilla de estar vivo. Así, cada día se convierte en una nueva oportunidad para honrar la verdad que has descubierto, para vivir con la sencillez y la magnificencia de un espíritu libre que se rinde a la belleza del ahora.
Y es en este estado de reverencia, en esta comunión silenciosa con la esencia del universo, donde se desvanecen los límites entre el yo y el otro, entre la forma y el vacío. Te das cuenta de que la vida, con todas sus complejidades y sus simplicidades, es simplemente una expresión del amor eterno, una danza mágica en la que cada uno tiene un papel sagrado y único. El reconocimiento de que tú eres la misma conciencia que se manifiesta en cada rincón del cosmos te invita a vivir con humildad y gratitud, recordándote que la verdadera grandeza radica en la capacidad de ver lo divino en cada momento, en cada latido de la existencia.
Sin prisa y sin pausa, continúas avanzando por este sendero de redescubrimiento, sabiendo que cada paso que das te acerca a la perfección de tu verdadera esencia. No importa cuáles sean los desafíos que surjan en el camino, porque en cada uno encuentras la oportunidad de profundizar en el misterio de la vida, de despertar a la verdad que no conoce temor, de abrazar la plenitud que surge cuando te rindes por completo al fluir natural de la existencia. Así, la vida se convierte en un viaje sin final, en un eterno retorno a ti mismo, en un baile sagrado en el que la luz y la sombra se funden en una unión perfecta, en la que cada experiencia es una manifestación de la divinidad que habita en ti.
Permite que estas palabras se impregnen en lo más profundo, recordándote que lo que has buscado en tantos lugares, lo que has ansiado en medio de la aparente soledad del camino, ya está presente en el centro de tu corazón. Vive cada momento con la certeza de que eres la encarnación de la paz, del amor y de la verdadera sabiduría. Que en cada respiro encuentres la fuerza para dejar atrás las limitaciones del pasado y abrazar el infinito potencial del presente, sabiendo que en ti reside la semilla de la eternidad, la esencia que trasciende el tiempo y la forma.
Y así, en la continuidad de cada instante y en la incesante danza de la vida, te conviertes en el maestro y en el discípulo, en el buscador y en la respuesta, en el testigo silencioso que ha descubierto que la realidad última es tan sencilla y tan grandiosa como el respirar. El camino espiritual se revela entonces como un constante retorno a la verdad, en la que cada palabra, cada silencio y cada experiencia se unen en una melodía celestial que celebra la pureza de ser. Deja que esta melodía inunde tu interior, permitiéndote vibrar en sintonía con la música del cosmos, en una comunión eterna con la luz que guía cada paso.
En este proceso de redescubrimiento, te das cuenta de que la separación entre lo humano y lo divino se disuelve, y te vuelves consciente de que eres una parte integral del latido universal. La conexión con la sabiduría ancestral que ha pasado de generación en generación se vuelve más palpable, como un río de memorias que te invita a reconocer la continuidad de la existencia más allá de las formas y apariencias. Cada experiencia, cada emoción y cada instante es una pincelada en el gran lienzo de la creación, y tú, al recordar tu naturaleza esencial, te conviertes en el artista consciente que da forma a la realidad con la fuerza del amor y la libertad.
Permítete vivir cada día como una ofrenda, un acto sagrado en el que el simple hecho de ser se transforma en una expresión de la belleza infinita que reside en ti. No hay nada que debas alcanzar o conquistar, ya que la plenitud de la existencia se encuentra en el acto de recordar que siempre has sido, y siempre serás, esa luz inquebrantable que ilumina el camino hacia la verdad. Que cada palabra, cada silencio y cada latido te sirvan de recordatorio de que el despertar espiritual no es un destino lejano, sino el proceso continuo de volver a casa, al centro inmutable, donde la paz y el amor residen por siempre.
Así, mientras te entregas a este viaje sin final, te invito a abrazar cada experiencia como un tesoro, a vivir con la certeza de que en lo más profundo ya encuentras la respuesta a todas las preguntas, la paz que sobrepasa todo entendimiento. Con cada paso, con cada respiro, te vas convirtiendo en el reflejo puro de una conciencia que se ha liberado de las ataduras del tiempo, en la encarnación viva de un amor que nunca se agota. Y en ese fluir eterno, te descubres como la gran verdad que habita en el universo, la chispa divina que ilumina la oscuridad y transforma cada sueño en la realidad de un ahora sin límites, un ahora en el que todo es amor, todo es paz, todo es pura presencia.
Que este sendero te acompañe con la suavidad de una brisa, con la fuerza de un torrente de agua cristalina, y que cada palabra aquí pronunciada se convierta en una luz que te guía de regreso a tu esencia. Recuerda que la vida, con sus altibajos, es en realidad un hermoso juego del cosmos, una danza sagrada en la que cada gesto, cada pensamiento y cada emoción son parte de una sinfonía universal que te invita a despertar a la realidad suprema. Permítete ser libre, permítete ser tú mismo en toda tu grandiosidad, y deja que el amor incondicional que habita en tu interior se derrame en cada acción, en cada relación y en cada instante de la existencia.
Finalmente, mientras continúas este viaje de autoconocimiento, recuerda siempre que la búsqueda no es algo que se realiza en el exterior, sino el eterno regreso a la esencia de lo que ya eres. La sabiduría y la plenitud no se encuentran en la acumulación de conocimientos o en los logros externos, sino en la capacidad de reconocer la profunda verdad que ha estado esperando ser descubierta en el interior de tu alma. Y así, en la continuidad ininterrumpida del ahora, en cada respiro y en cada latido, te encuentras a ti mismo en un abrazo sagrado con la eternidad, celebrando la unión perfecta entre lo humano y lo divino.
Que la paz, el amor y la luz de esta verdad inmutable te acompañen en cada paso, y que siempre, sepa que eres el hogar de una presencia tan grande y maravillosa que ningún acontecimiento externo puede perturbarla. Vive con la certeza de que en ti reside el poder transformador del amor puro, la libertad que trasciende todas las limitaciones y la sabiduría que revela la inmensidad de la existencia. En este camino continuo de despertar, se te invita a ser plenamente consciente, a dejarte llevar por la corriente inagotable de la vida, y a celebrar en cada instante la eterna danza de la conciencia que te une a todo lo que es.
Que tu viaje sea tan infinito y profundo como la misma luz de la conciencia, y que al final de cada día encuentres la gratitud por haber recordado, aunque sea por un instante, la verdad sublime de tu existencia. Aquí, en la unión de lo efímero y lo eterno, se encuentra la llave que abre las puertas a la verdadera libertad, a la dicha suprema de saber que, en última instancia, siempre has sido y siempre serás la esencia inmutable de la vida, el faro luminoso en la vastedad del universo.
Que estas palabras se fundan en tu corazón y te guíen por el sendero de regreso a la paz interior, recordándote que cada experiencia, cada emoción y cada respiro es una invitación a reencontrarte con la esencia divina que te hace único y eterno. Vive, en la simple y profunda certeza de que eres la presencia que trasciende el tiempo, la luz que nunca se apaga, y el amor que incondicionalmente se derrama en cada instante de la existencia. Así, en este continuo fluir del ahora, te permites ser, simplemente ser, en el silencio sagrado de la conciencia que todo lo abarca.